Estas
pasadas navidades los diferentes canales de televisión han emitido
un spot publicitario de una conocida marca de embutidos,
protagonizado por el payaso Fofito, que me ha hecho reflexionar sobre
muchos aspectos de la realidad que nos rodea y, sobre todo, del modo
en que es enfocada por los medios de comunicación y, por ende, de
cual es el mensaje que, como ciudadanos (o consumidores, puesto que
es lo mismo) se nos quiere hacer llegar. O mejor dicho, cómo somos
vistos por los que manejan el cotarro desde su torre de márfil. En
otras palabras, para dichos medios, controlados por el poder (en su
acepción más amplia) todos somos Fofito.
Decía
Charles Dickens que “cada fracaso enseña al hombre algo que
necesitaba aprender”. Creo que el genial escritor inglés pronunció
estas sabias palabras pensando en la sociedad victoriana de la que
formaba parte. Si hubiera visto a Fofito (esto es, si nos hubiera
visto) con total seguridad el fruto de su reflexión habría sido
otro bien distinto.
Lo
que se nos muestra, obviando cualquier atisbo de espíritu crítico,
es una alabanza a las miserias que nos han hecho llegar a donde
estamos y nuestra complacencia con ellas, no como una consecuencia de
lo que hemos consentido durante todos estos años, sino como una
heroica respuesta fruto de nuestro sobrio espíritu fraguado en mil
batallas peores que ésta. Nos exhiben el fracaso como un lugar
acogedor y familiar, encumbrando a dogma de fe la máxima de “si,
ésto será una mierda, pero es nuestra mierda”.
Aunque el mundo de la publicidad, por todo lo que le rodea y el trasfondo que tiene (vender un producto a toda costa) me asquea, debo reconocer que estos tíos han dado en el clavo, puesto que no se me ocurre una forma más acertada de reflejarnos como pueblo, y lo más importante, como somos vistos fuera de nuestras fronteras que con la imagen de Fofito. El que no esté de acuerdo con ésto, que viaje y/o lea prensa extranjera.
Hemos
perdido, y lo peor de todo es que nos hace gracia. Vete a la mierda,
Fofito.
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